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miércoles, 26 de febrero de 2014

Tesla, el coche eléctrico con conexión permanente a Internet

ROSA JIMÉNEZ CANO Barcelona 26 FEB 2014 - 10:57 CET30
Huyen de las comparaciones con Mercedes o BMW. En Tesla les gusta sentirse más cercanos a Ferrari o Maserati. ¿El motivo? Ellos no hacen coches baratos o, al menos, capaces de hacerse populares. ¿Les suena de algo? Sí, hasta la llegada del iPhone, que puso una manzana con cierta facilidad en cada bolsillo, esa era la sensación que desprendía Apple.

El modelo más asequible de Tesla comienza en una cifra cercana a los 60.000 euros. No se cobra por caballos, la potencia es muy parecida, sino por la duración de la batería. A mayor autonomía, más precio. Y también, más peso.

Ya se venden en casi toda Europa. Preparan el desembarco en España para dentro de pocos meses. Telefónica pondrá la conexión a Internet en el coche en un acuerdo que esperan cerrar pronto. El trato para proveer el acceso a la Red será para una treintena de países.

De momento, solo llegarán al mercado de consumo. Sus coches tienen lista de espera y no forman parte de flotas de empresa, no se contempla el renting, sino que se compran en una tienda, nada que ver con los concesionarios habituales. En Santa Mónica, por ejemplo, uno de los barrios residenciales de Los Ángeles, está en la zona comercial, junto a Gap, Quicksilver o Levi's. 

Sus coches tienen lista de espera y no forman parte de flotas de empresa, no se contempla el renting, sino que se compran en  tiendas, nada que ver con los concesionarios habituales
Del coche llama la atención su silencio. La comercial encargada de la demostración confesaba que algún cliente en Italia había pedido que se le añadiese sonido al motor... También llama la atención el espacio. Al carecer de transmisión, las tres plazas traseras son más cómodas de lo habitual. En las delanteras los asientos son deportivos. En general, el interior recuerda más al de un avión que al de un coche. 

Otro detalle, las cinco plazas se pueden convertir en siete poniendo dos asientos homologados en el maletero, eso sí, mirando a la puerta y para personas que midan menos de 1,10 metros, es decir, niños. Ah, como en el escarabajo, el mítico vocho de los mexicanos, hay un maletero también bajo el capó.

Se conduce de manera muy similar a un coche automático, aunque la aceleración se aleja de la falta de nervio de los eléctricos de otras firmas. Toda la información del salpicadero es digital, pero la verdadera innovación está en la pantalla central, 17 pulgadas y táctil. Sirve para controlar desde la temperatura a la distribución del sonido. 

En caso de quedarse sin conexión, los mapas, de Google, siguen funcionando, se guarda una copia para evitar disgustos. Si se conduce, los vídeos se bloquean para evitar distracciones, pero se puede navegar, escuchar música de Internet o añadir cada vez más aplicaciones pensadas para este coche. Abrir el maletero o el techo es tan sencillo como tocar la pantalla táctil. No hay botones.

¿Qué sucede si se quiere hacer un viaje largo? La interlocutora uniformada pero anónima, la misma forma de comunicar que Apple, tira de eufemismo: "Hay que hacer una planificación responsable de la ruta salvo si se viaja al norte de Europa. Alĺí abundan los cargadores ultrarrápidos". Con estos enchufes, en media hora se llena el 80% de la batería, listo para 400 kilómetros más. Si se quiere hacer con un enchufe tradicional, la cosa cambia. Son casi 20 horas. El ahorro, si se compara con un depósito de gasolina es notable, alrededor de 15 euros a sumar a la factura de la luz. Hay que aclarar que estos puntos públicos son gratuitos, tan solo habrá que pagar el café mientras se hace tiempo.

Su creador, Elon Musk, es un visionario. Tras crear Paypal se enroló en Tesla, rozó la ruina en varias ocasiones, pero sus acciones han subido un 20% en el último años. Tras revolucionar el pago por Internet, hacer del coche eléctrico un objeto de deseo y tener gran parte de su fortuna en proyectos espaciales, saltó a la fama por querer hacer un sistema de transporte que uniese San Francisco y Los Ángeles en solo media hora. Hace meses que su nombre suena para dirigir Apple. La empresa de la manzana calla. Él, en la prensa de su país, se deja querer y reconoce algún contacto.

La melodía es conocida, Steve Jobs llegó a Apple tras comprarle Next, su empresa creada mientras estuvo en el exilio. La música de Musk suena bien.

Ivanpah

No sé si és la central d'heliòstats més gran del mon, però realment impressiona. 377 MW de potència, 170000 heliòstats, 140000 llars abastits d'electricitat...
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jueves, 13 de febrero de 2014

La inteligència de l'eixam

Científicos de Boston se inspiran en las termitas para crear cuadrillas de robots que se organizan sin control central
JAVIER SAMPEDRO Madrid 13 FEB 2014 - 18:01 CET6


Robots constructores con mentalidad de enjambre. / 'SCIENCE' / AAAS

¿Pueden 20 albañiles edificar una casa sin un plano, 40 arquitectos erigir una ciudad sin un plan, 80 blogers editar un periódico sin un director? Los humanos parecemos requerir algún tipo de control central para construir algo sensato o servicial. Las termitas, en cambio, fabrican sus ciudades –esos túmulos casi mil veces mayores que su cuerpo— sin necesidad de planos, arquitectos ni jefes de obra: solo con comunicación local. Científicos de Boston han plagiado a las termitas y han logrado unas cuadrillas de pequeños robots que son capaces de edificar estructuras sin ningún control central. Todavía no son ejércitos, pero la robótica ya posee la inteligencia del enjambre.

Justin Werfel y sus colegas de la Universidad de Harvard y el Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología –cuyo nombre es una auténtica declaración de intenciones— han analizado a fondo el tipo de información que cada termita intercambia con sus vecinas y se han apoyado en ella para diseñar los algoritmos que rigen a sus sociedades de autómatas. Los artilugios no se parecen en nada a los robots antropomórficos de las películas. Ni siquiera se parecen a termitas: son sus algoritmos de comunicación los que se parecen a ellas.

Cada robot tiene una capacidad sensorial muy limitada: solo puede detectar si tiene un ladrillo u otro robot al lado. Su actividad basal es recorrer el terreno, tomar un ladrillo y colocarlo; si donde va a colocarlo ve que ya hay un ladrillo, va saltando posiciones hasta encontrar un hueco; y si no lo hay en esa altura, escala a la fila de arriba. Son reglas y comportamientos realmente simples. La complejidad emerge al nivel colectivo, como la inteligencia arquitectónica de las termitas. Los robots termita se presentan en ‘Science’.

“Todo este tema de investigación está inspirado por las termitas”, reconoce el líder del grupo, el ingeniero del Instituto Wyss Justin Werfel. “Empezamos por aprender las cosas increíbles que son capaces de hacer estos insectos minúsculos, y dijimos: fantástico, y ahora ¿cómo creamos robots que funcionen de manera similar, pero construyan lo que los humanos queremos?”. Ya se ve que lo de “Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología” no es solo una (buena) metáfora.

Werfel explica que han programado a sus robots con dos tipos de reglas: las que son comunes a cualquier estructura que se quiera construir, y lo que él llama “normas de tráfico”, que son específicas de cada construcción particular. “Las normas de tráfico dicen a los robots que están en un sitio a qué otros sitios se les permite ir a continuación”, explica. Jugando con este código de circulación, los investigadores de Boston han logrado que sus robots termita construyan diversos tipos de arquitecturas –una vivienda con cinco habitaciones, un taller, un edificio de tres pisos— sin ningún control central.

Se podría argumentar que el control central está en las reglas de programación o en las ‘normas de tráfico’, pero lo cierto es que esas normas solo funcionan localmente: como una interacción entre un robot y su vecino, o con los ladrillos que tiene al lado. Un ‘control central’ que no merece llamarse ni control ni central, y que es lícito considerar como una propiedad emergente del sistema: una que no está en el robot, sino en la sociedad de robots.

Los sistemas descentralizados de este tipo tienen notables ventajas en la ingeniería de sistemas. La avería de cualquier robot individual es asimilada con naturalidad por el conjunto, puesto que los robots vecinos encontrarán enseguida los huecos dejados por el que ha causado baja y los rellenarán con ladrillos como si no hubiera pasado nada.

Por una vez, la tecnología no tiene que bautizar su invento. Los mecanismos de coordinación entre agentes autónomos que solo interactúan localmente ya tienen un nombre, aunque bien feo: ‘estigmergia’. Se lo puso en 1959 el entomólogo francés Pierre-Paul Grassé en alusión, precisamente, al comportamiento de las termitas que había estudiado. La idea central de Grassé es que la ejecución de una acción (como poner un ladrillo) deja una marca en el entorno (el propio ladrillo ya colocado) que guía el comportamiento subsiguiente (como saltar una posición en la pared). De ahí la construcción de la palabra, que viene de los términos griegos para marca (‘stigma’) y acción (‘ergon’).

La etimología no siempre ayuda a entender las cosas, pero la naturaleza siempre ha servido de inspiración para inventarlas.
Revista science

miércoles, 5 de febrero de 2014

Com es mesuren les ones?

Midiendo la violencia del mar

ALICIA RIVERA Madrid 5 FEB 2014 - 10:06 CET15

Una gran ola rompe frente a la isla de Mouro, en la bocana del puerto de Santander. / ESTEBAN COBO / EFE

Un total de 15 boyas, situadas estratégicamente en alta mar alrededor del litoral español, a más de 50 kilómetros del litoral, forman la red nacional que mide el oleaje. Además, otra red costera y los mareógrafos toman las medidas marinas constantemente. A este dispositivo hay que añadir boyas de los servicios de algunas autonomías y una del Instituto Español de Oceanografía (IEO). Y con estos instrumentos se toman los datos marinos constantemente.


Una boya de la red exterior está fijada en el fondo marino (entre 400 y 2.000 metros) y la sujeta un cable elástico con dispositivos para que se mueva libremente en el agua. A ras de mar tiene un sensor de oleaje con paneles solares, baterías, un procesador y un sistema de GPS para fijar su posición exacta; encima van los sensores meteorológicos y debajo, los que miden temperatura del agua, salinidad y corrientes. El sensor de oleaje, con un acelerómetro, mide la fuerza con la que se eleva y cae la superficie del mar, tomando un dato aproximadamente cada segundo, durante 30 minutos cada hora; los datos, con un primer procesado en la boya, se transmiten vía satélite y todos los registros brutos se recuperan al hacer el mantenimiento.

La red española de boyas exteriores se desplegó entre 1996 y 1998 y es, según su responsable, equiparable a las de otros países europeos. Cada boya cuesta unos 300.000 euros y el mantenimiento de la red, dos millones al año. La de boyas costeras es de los años ochenta. Con toda esta información los expertos conocen la forma de las olas, su fuerza, el desplazamiento, etcétera. La altura significante del oleaje es esencial para saber la situación marina, mientras que la altura máxima individual de ola es un dato anecdótico.






Mi mano robótica siente

 Científicos europeos dotan de tacto a una prótesis manual
JAVIER SAMPEDRO Madrid 5 FEB 2014 - 19:21 CET

Imagina que te amputaron una mano hace diez años: la echarías de menos como herramienta o ejecutora de tus órdenes, desde luego, pero eso no es todo; las manos son también nuestros principales informadores sobre la materia y sus texturas, o nuestros grandes órganos del tacto. Científicos del BioRobotics Institute de Pisa, la École Polytechnique Federal de Lausana y otros centros europeos han desarrollado una mano robótica que ha permitido a un usuario —que perdió la mano izquierda hace 10 años— recuperar la sensación del tacto. Por ejemplo, distinguir una pelota de una mandarina

Más importante aún a medio plazo, el avance dota a los brazos robóticos de un mecanismo esencial —la retroalimentación— para dar precisión a los movimientos que ordena la mente del paciente. Con sensores similares a los utilizados aquí será posible pronto emular otras sensaciones, como la temperatura. La investigación se basa en un solo paciente, pero el consorcio científico europeo proyecta ahora un ensayo clínico.

El paciente es danés, se llama Dennis Aabo Sorensen, tiene 37 años y perdió la mano izquierda hace nueve años en un accidente. Desde hoy es “la primera persona amputada del mundo que ha podido sentir el tacto de su mano prostética, y en tiempo real”, según los científicos de Lausana. Los médicos del equipo conectaron la mano robótica a los nervios del brazo de Sorensen, que estaban intactos. Es el primer éxito de una iniciativa de las universidades y los hospitales europeos llamada Lifehand 2.

Mide y transforma la tensión de los tendones artificiales en pulsos eléctricos
“La retroalimentación sensorial ha sido increíble”, dice el paciente Sorensen, “puedo sentir cosas que no había sido capaz de sentir durante más de nueve años; cuando sujeto un objeto, puedo sentir si es duro o suave, cuadrado o redondo”. Durante las pruebas con los ojos vendados, Sorensen pudo también saber con cuánta fuerza estaba agarrando los objetos, y regularla según las necesidades. Son tareas rutinarias para una mano humana, pero un sobrecogedor salto tecnológico para un brazo robótico.

Los últimos años han presenciado notables avances en la robótica médica, la disciplina que intenta reemplazar los miembros y órganos perdidos por versiones mecánicas, como pantallas de electrodos implantados en la retina, piernas y brazos mecánicos controlados por la actividad cerebral del paciente y el último grito en ciencias de la computación e inteligencia artificial.

Mover el cursor de un ordenador o un brazo mecánico con la mente está al alcance de la tecnología actual. Pero si esos movimientos han de tener alguna precisión, se hace imprescindible un mecanismo de retroalimentación (o feedback). Si se trata de una mano robótica, el sistema de retroalimentación esencial es el tacto: percibir la sensación de lo que está tocando la mano, la textura y la resistencia que ofrece al agarrarlo.

La investigación se basa en un paciente pero hay un ensayo clínico en proyecto
De otro modo, incluso con nuestras manos naturales, nos pasaríamos el día rompiendo vasos y dando bofetadas en vez de caricias. Esta es la cuestión esencial que han resuelto Silvestre Micera y sus colegas de Pisa, Lausana, Roma, Friburgo, Essex y la ciudad danesa de Aalborg. Presentan en Science Translational Medicine un esfuerzo conjunto que ha implicado a institutos europeos de robótica, neurología, prostética, ingeniería y bioingeniería, microsistemas, geriátrica y ciencias de la computación. La cooperación científica parece funcionar en Europa cuando los Gobiernos no lo impiden.

¿En qué consisten los sensores del tacto de la mano mecánica? ¿Por qué Sorensen los experimenta como sensaciones familares, muy parecidas a lo que sentía cuando tenía una mano natural, o a lo que siente con su otra mano? Una parte de la respuesta es que los nervios del brazo a los que se conecta el artilugio siguen enviando sus señales adonde lo hicieron siempre: a las áreas somatosensoriales del córtex cerebral, ese homúnculo deforme que se ve en las ilustraciones neurológicas, y cuya proyección (o mapa) de la mano izquierda sigue intacto nueve años después de la amputación.

Pero la otra mitad de la respuesta es un alarde de tecnología. Implica medir la tensión que generan los ‘tendones’ de la mano artificial, convertirla en una minúscula corriente eléctrica y filtrarla con avanzados algoritmos de computación hasta traducirla como un impulso que los viejos nervios del brazo sean capaces de interpretar. El paciente experimenta todo esto como una sensación simple y natural, pero lo que hay debajo son matemáticas avanzadas. Tal vez similares a las que subyacen a nuestra mente.